No es que sea un lector fiel de Lipovetsky, sin
embargo; me atrevo a utilizar uno de sus títulos para analizar una situación
académica que, para incomodidad de muchos, está en crisis. Hasta mediados del
siglo pasado, el país gozaba de un abanico de mentes académicas entregadas al
análisis de la realidad, la interpretación y cualquier actividad que
involucrase usar bien las neuronas. El pasado nos ha dejado ilustres como
Mariátegui, Gonzales Prada, Haya de la Torre, Basadre, e incluso Vallejo, y
entrando en el campo de la contemporaneidad, a Denegri y Hildebrandt; todos estos
y seguramente otros nombres hoy pasan a ser parte de la vieja guardia de la
intelectualidad peruana.
¿Vieja guardia? Se preguntarán.
Sí, ya que todos – con excepción de Hildebrandt o Hugo
Neira y Cesar Germaná (en el campo de las ciencias sociales, como ejemplos) –
están muertos.
Seguramente, habrá alguien que responda con lo
siguiente: “somos nosotros la nueva guardia, los nuevos pensadores del país”.
No negaré esa opinión, puede que sí, ergo, ¿acaso el conocimiento no es hoy
otro accesorio de nuestro ego consumista? ¿No nos inflamos de pecho por hablar
de algo que recién hemos aprendido y, menospreciamos el saber menos relevante
justamente por el afán de creernos intelectuales? Cómo me atrevo a cuestionar la
intelectualidad de mis colegas y lectores; cómo, si ellos se las ingenian para
siempre tener una cita oportuna para un tema. Precisamente ese empeño en
demostrar sus saberes, resulta que el conocimiento sea un accesorio; compramos
un libro no porque realmente lo vayamos a leer (aunque puede ser el caso) sino
para exhibirlo, como mandan las redes sociales, como exige el mercado, porque
ser ignorante, al menos frente a la multitud es un delito; no está mal acumular
libros, a la larga terminará siendo parte de nuestro capital cultural, y una
vez viejos, cuando ya las modas no importen – pero seguro que eso no pasará, ya
que nuestro pecado es ser parte de un mundo globalizado – diremos: “esta es
mi biblioteca personal”.
Me parece justo, defender que, al decir que ser
intelectual está de moda, no pretendo generalizar, ya que, en el camino de los
saberes he encontrado personajes, a los cuales, los anales de la historia
peruana contemporánea, rendirá homenaje algún día. No obstante, si esas líneas
se introducen como agujas en la consciencia de quienes terminen de leer esto.
Tal vez tenga razón.
Desde la experiencia como aprendiz en la academia, me
he topado con maestros a los que, el cargo les calza con pulcritud, y otros cuantos,
a los que, alguna vez pude retar y que con enfado se desquitaron; pero, el
temor hacia la autoridad siempre es mayor, y cuando de salvar el semestre y
seguir estando invictos se trata, la verdad calla, y las miradas, avergonzadas
guardan silencio también.
Por otro lado, apartando episodios desagradables (que
seguramente usted también, buen lector ha vivido alguna vez); hallándonos a
puertas de nuevas elecciones; nos podemos dar cuenta, la escasez no solo de
líderes sino de intelectuales que, entiendan la realidad más allá de los
típicos temas tópico (pobreza y corrupción), que sí, son importantes para la
mejora de la sociedad, pero precisamente, desarrollarnos en algo tan cambiante,
implica entender más cosas, comprender que el mundo se ajusta a nuevos
problemas, no solo ecológicos, sino culturales.
Entonces, figuras que no tienen opinión, sino que son
reproductores de discursos armados, o que, a vox populi pronuncian
lo que el pueblo demanda: ¡más casas, más trabajo, más seguridad, menos
corrupción, menos violencia, defiendan mis derechos, quítenselos a los demás!
No somos colectivos, somos meramente individuos, cada
quien, en su burbuja, la identidad de clase no existe si es que dices haber
visto la pobreza; ese concepto no se ve, se vive; vivimos para juzgar sin ser
juzgados. Somos producto de nuestros afanes narcisistas.
¿Y la intelectualidad? Solo es un concepto más, para
separarnos unos de otros.
El pensador de Rodin
Fuente: Google Imágenes
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