Sin duda alguna, son muchas las personas que conocen Death Note, especialmente aquellas aficionadas al animé japonés (y de otros países). Sin embargo, para aquellos que no la conocen, Death Note es una serie “animada” adaptada del manga (historieta japonesa) del mismo nombre cuyo eje argumental se basa en la contraposición de dos ideales de justicia diferentes: la justicia autocrática versus la justicia sistemática.
Death Note es una serie que nos presenta la historia de Light, un estudiante de preparatoria muy destacado, que por simple casualidad encuentra una libreta negra con poderes sobrenaturales que le permite a quien la posea asesinar a cualquier persona con solo escribir su nombre en ella (bajo ciertas condiciones). El protagonista, al comprobar la autenticidad de esta libreta, enfrenta una fuerte debacle producto del dilema moral y ético que representa el hacer justicia por cuenta propia, pues este considera que las sociedades civilizadas en el mundo están llenas de podredumbre y corrupción. Tomada la decisión de crear una civilización sin crímenes, tendrá que enfrentarse a L. Lawliet o simplemente “L”, un detective considerado un genio que ha resuelto múltiples casos de envergadura internacional, en una constante pugna estratégica y psicológica hasta que solo uno de los dos quede con vida.
En definitiva, el aspecto que
más llamó mi atención (seguramente la de muchos), fue la ineficiencia de los
mecanismos morales y judiciales para regular el comportamiento en sociedad.
Para aquellas personas que respetan las leyes y se consideran buenos ciudadanos,
no es muy difícil sentir indignación e incluso desprecio hacia aquellos individuos
que no solamente faltan a la ley, sino también que lastiman y/o perjudican a
sus semejantes en el proceso. Es entonces que, bajo esta premisa cabe
preguntarse: ¿acaso no queremos vivir en una sociedad mejor, libre de delito y
elementos nocivos? ¿acaso no haríamos justicia por nuestra propia cuenta si tuviésemos
un poder “divino” para lograrlo? Para mí es fácil afirmar que muchos (la gran
mayoría) se han hecho estas preguntas alguna vez e incluso me resulta más
sencillo afirmar que las respuestas a estas preguntas son, o han sido en algún
momento, un rotundo sí. Por supuesto, como la misma serie lo explica, jamás
faltarán aquellos individuos que titubeen o brinden su contundente negativa a
estas preguntas, y es que la moral y la presión que esta ejerce sobre los individuos
se hace notoria ante este tipo de circunstancias (a excepción de algunos casos).
La moral, conjunto de valores y normas consensuadas por una sociedad
(considerados como buenos o más bien adecuados), posee una influencia
coercitiva sobre nosotros al momento de actuar o brindar nuestra opinión ante
nuestros semejantes. Esta presión es producto de la represión social generada
por las expectativas de los demás respecto a nuestra opinión y comportamiento.
Sin embargo, esta moral no es suficiente en la era digital, en donde las redes
sociales facilitan el anonimato de quien brinda su opinión, protegiendo a los
individuos de los efectos de la represión y el rechazo colectivo.
Esta serie ha sido analizada, mayormente, desde el punto de vista de la psicología; es decir, desde las motivaciones que conllevan a una persona, que se considera a sí misma intelectualmente (y en muchos otros aspectos) superior, a romper con el sistema axiológico vigente para construir un “nuevo mundo” bajo su perspectiva. Por supuesto, la conclusión más común de estos análisis ha situado al poder (la conciencia de poseerlo), representado por la habilidad de asesinar otorgada por la libreta, como el elemento crucial que se requiere para que una persona atraviese la delgada línea que existe entre hacer el bien común y el satisfacer deseos personales. En resumen, el poder, dependiendo de la “cantidad” que un individuo pueda llegar a disponer, puede concluir con la trasgresión de sus propios principios con la finalidad de mantenerlo, justificando sus acciones basadas en la condición superior que este poder puede otorgar.
Light Yagami, representación psicológica
Sin embargo, mi intención aquí es discernirla desde un punto de vista más sociológico. En este sentido, como lo dije al principio de este artículo, hablamos de dos ideales de justicia muy distintos. Por un lado, Light representa a la justicia autocrática; en donde, inapelablemente, él mismo determina lo que se debe considerar justo o no. Por el otro. L representa la justicia sistemática, es decir, el sistema judicial contemporáneo en el cual el Estado tiene derecho a impartir justicia sancionando a los criminales con penas proporcionales a sus faltas y en donde existe una ley ante la cual todos los hombres son iguales
.
Para empezar, la justicia
autocrática, desarrollada plenamente en las primeras monarquías y en las
dictaduras, es descrita a través de la historia como gobiernos de represión en los
cuales los más beneficiados fueron aquellos que ostentaban el poder. Sin
embargo, Light confiaba en su prodigioso intelecto para cambiar el mundo y la
sociedad en la que vivimos, rasgos que podemos apreciar en la filosofía de
Platón o Aristóteles. Para Platón el gobernante debe ser un ser superior, que
por la autoridad de su saber y la rectitud de su justicia logre respeto y
obediencia, mientras que Aristóteles en el Protréptico menciona:
“(…)
todos estamos de acuerdo en que el hombre más excelente debe gobernar, es
decir, el supremo por naturaleza, y que la ley gobierna y solo tiene autoridad;
pero la ley es un tipo de inteligencia, es decir, un discurso basado en la
inteligencia (…) Y dado que todo el mundo elige sobre todo lo que se ajusta a
sus propias disposiciones apropiadas (…), está claro que el hombre inteligente elegirá
sobre todo ser inteligente; porque esta es la función de esa capacidad. Por lo
tanto, es evidente que, según el juicio más autorizado, la inteligencia es
suprema entre los bienes.
Naturalmente, el don de la
inteligencia te da ciertas capacidades para llevar a cabo un buen gobierno,
pero la superioridad intelectual no es equivalente a la superioridad moral; ya que nociones de justicia hay como tantas personas existan en este mundo. Es en este sentido que la figura de Light, al romper con lo socialmente ético y moral, se podría interpretar desde el concepto de Übermensch
de Nietzcshe, en el cual, cuando un hombre es capaz de generar su propio sistema de
valores es porque ha alcanzado un estado superior de espiritualidad y moral, identificando como bueno o adecuado todo lo que proceda de su “voluntad
de poder”.
Representación gráfica del Übermensch
El fin justifica los medios,
es con esta famosa frase donde muchos llegan a un punto de quiebre con los
ideales de Light, ¿cuál es la verdadera finalidad de sus acciones? Maquiavelo
en su obra El príncipe nos da a entender que la verdadera finalidad se
trata de gobernar, de perpetuar el poder que se posee e incluso incrementarlo.
El problema con el poder es que con él se puede llegar a justificar toda clase
de crímenes. Por ejemplo, ejecutar a todas aquellas personas que no contribuyen
positivamente a la sociedad; el asesinar es un crimen, pero se justifica porque
se supone que contribuye a la mejora de la sociedad. Contribuyan o no a la sociedad, cada vida debe ser valorada como única e ireemplazable, y no como objetos que se pueden desechar cuando se agota su uso. La filosofía de Light antepone a la sociedad a las vidas de los individuos que la componen, adoptando parte importante del pensamiento de Maquiavelo: “A los hombres hay que
conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las
graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal que le
resulte imposible vengarse”.
Las dos caras del gobernante
Para terminar con el análisis,
L representa la justicia sistemática, es decir, el sistema judicial contemporáneo
que representa al Estado y en donde los acusados de cometer crímenes tienen la
posibilidad de defenderse en un juicio imparcial. Ahora, el problema de esta
justicia, como se ha hecho patente estas últimas décadas en Latinoamérica y
países de todo el mundo, es que el sistema es susceptible de corrupción. Es
decir, puede ser manipulado por aquellos individuos encargados de impartir justicia
por lo que muchos criminales terminan optando por vacíos legales que favorecen
la impunidad, sin mencionar por supuesto que en este sistema aquellos con mayor
poder adquisitivo o conocimiento en la materia presentan una tremenda ventaja
frente aquellas personas sin recursos ni educación especializada.
Finalmente, hay un aspecto
clave que vale la pena destacar. En la serie, después de años de que Light impartiese
justicia por mano propia, los índices de criminalidad han descendido en más del
70% en todo el mundo, pero las grandes mafias y las organizaciones criminales a
nivel local se han adaptado utilizando el anonimato para delinquir. Estos resultados
de alguna manera son contradictorios, pero demuestran, a mi parecer, una sola
cosa: ningún sistema de justicia creado por el hombre es ni será perfecto, sin
embargo, la eficiencia en cuanto a los resultados (y sus métodos) será siempre debatible
ya que, como lo dije antes, nociones de justicia habrán como hombres en la Tierra
existan.
En conclusión, Death Note es una serie increíble y sorprendente porque pone en cuestión uno de los más grandes problemas de la humanidad desde los inicios de la civilización. Además, no trata de imponer la superioridad de uno u otro modelo de justicia ya que la serie coloca nuevamente al poder como el factor clave que determinará cuál será el modelo (e ideales) de justicia que prevalezca. Las entrañables batallas intelectuales y psicológicas entre Light y L terminaron por decidirse por los medios (el poder) que cada uno tenía a su disposición para someter al otro. Considerando este elemento como uno de los motores más importantes de la dinámica social, es claro para mí, que aún nos queda un largo camino en la evolución de nuestros valores y principios como especie para lograr una sociedad más justa.
Publicar un comentario