Era el 11 de septiembre de 1953, aunque sea terrible recordando fechas, soy
un campeón evocando el sentimiento que me solía provocar tu mirada y es que eran
justamente esos ojos negros en donde almacene nuestros días, la radiografía de
mi risa ante tu rostro, tus palabras cual caligramas y el sonido de tu voz con
Billy Hollyday de fondo; todos mis recuerdos en formato de caleidoscopio.
Hacía calor, sin embargo, el terno y la gabardina a algunos les hacía
justicia, menos a mí, recuerdo cómo me evitabas, como bajabas la mirada, como
te sacabas conversaciones elocuentes de tu enriquecida mente que no llegabas a
compartir conmigo en ningún momento, pero te lo agradezco, pues aunque de pie y
lejos de ti, pude fotografiar cada instante, cada detalle, los azulejos, los
muebles de estilo republicano, cada movimiento tuyo… cada parpadeo y sonrisa;
quizás me evitabas a razón de las promesas de aquella madrugada pues ambos
sabemos que en la claridad de la mañana solo quedan vestigios. Recuerdo cómo te
observaba, apoyado en la mampara, enarbolando tu copa de vino semiseco para
bajar ese cabrito a la norteña, por ratos una que otra copa de champan y aunque
el pisco que después tendrías en tus manos me tomaría por sorpresa, teníamos tú
y yo tanto que celebrar o bueno Aurora, al menos tú sí, y yo brindaría por ti.
Para nuestros amigos, celebrábamos las últimas vacaciones de la universidad;
para tu familia, el onomástico de tu tierna y hospitalaria madre pero entre tu
y yo, en absoluto silencio celebrábamos lo que más adelante sería no más que un
adiós, en medio de ese tupido almuerzo en tu amado norte en donde habías
asumido el reto de recibir en tu hogar al chino, al bigote, a Marquito, a
Zamora y a mí que aunque por ratos nos pasábamos de fregados con esos comentarios
prohibidos que relataban tus aventuras en la capital y que con una patada dulce
ya tenías controlados, ahora que vivo el recuerdo, estábamos más que
agradecidos.
En mi memoria no figura ni una gota de alcohol en mi cuerpo durante ese
viaje, aunque podría decir con seguridad que me había levantado con resaca, yo
fui al norte a hacerte mía Aurora, llevaba años perdido en tu mirada, era una
suerte que siguiera cuerdo, quería pedir tu mano y sacarte de blanco como dios
manda, pero cuando iba a pedir la palabra tú me callaste y si, tenías tus
razones. La noche anterior acabábamos de llegar, nos acomodamos lo mejor que
pudimos y entre risas y todos apretujados los chicos se quedaron dormidos, en un
cuarto de techo alto, cuya ventana daba al patio, de igual forma se me iba el
aliento, Aurora sabia de mis planes y aunque la quería sin ninguna duda,
aquella noche no podía dormir, planeaba cada palabra, cada gesto, y hasta la
altura en la que levantaría la copa, eras la única hija de tu padre, no te
dejaría ir tan fácil, conflictuado y algo angustiado me dormí, no sé cuánto
tiempo pasaría pero sentí una respiración cerca de mi rostro y cuando exaltado ya
le iba a mandar un lapo a Zamora, noté que eras tú y aunque algo desentendido
por la hora, me perdí nuevamente en tu mirada.
Levántate rápido – dijiste con tu tierna voz de mando; y eso hice, te seguí
hasta lo que era tu habitación, una habitación que habías abandonado entre lágrimas
de niña tal y como me habías contado alguna vez, jamás quisiste ir a estudiar a
la capital, pues amabas el silencio y la tranquilidad de ese rincón de tu
habitación ubicado en un pedazo privilegiado del norte, pero respetabas a tu
padre y más adelante no me quedaría ni una duda de ello.
Estábamos solos y no desaprovecharía la oportunidad de pedirle permiso a tu
elocuencia y besarte decidido y con pasión, hasta que mis labios me dolieran. Toque
tu cuello que quemaba, tus hombros delgados y con mis manos en tu cintura busque
interminablemente aferrarme a tu cuerpo con la esperanza de que tu aroma se
quedara para siempre conmigo a donde fuera, pero tu rostro se humedeció en la
oscuridad, ya no escuchaba nuestros besos ni el sonido suave del roce de nuestras
prendas, solo sentía tus lágrimas, intentaba calmarte, pero era el llanto del
primer amor que, aunque correspondido, inviable. Me dijiste tajantemente que te
ibas dentro de dos semanas, tu padre había gestionado tu visa, además había
comprado tus pasajes, ni en la capital y mucho menos en el norte; de inmediato
me exalté, me movía bruscamente por tu cuarto con una vela buscando sin éxito
esos pasajes, quería destrozarlos, desaparecerlos, quemarlos… hasta que oí tu
voz que suavemente me decía que querías irte y me quede inmóvil
Habíamos hecho planes Aurora - te dije - íbamos a ejercer la educación en
Lima, te iba a comprar una casita, lo íbamos a hacer bien, pero tu rostro era
legible, eras una mujer de alma libre, querías irte y ¿Cómo pedirte que te
quedes y renuncies a tus deseos?, sean tuyos o de tu padre, era tu voz
diciéndome que deseabas irte; me senté en tu cama a pensar y de forma orgánica,
casi desde el fondo de mis sentimientos y en honor a lo que sentía por ti, tome
distancia y aterrice o mejor dicho, caí.
Soy tuyo Aurora, siempre seré tuyo – después de aquello quedo el silencio,
uno que otro abrazo, uno que otro beso, sacaste del baúl de la orilla de tu
cama una libreta en blanco y me pediste que por favor te escribiera siempre y
sonreí porque para mí ya eras una novela completa; regrese a mi cuarto con la
disyuntiva de arriesgarme y de igual forma pedir tu mano pero en aquel
instante, dejarte ir para mí, sería esperarte lo que fuera, nunca pensé que en
realidad estaba renunciando a ti de manera atemporal. Al día siguiente
almorzamos y partimos más al norte con los chicos, nos despedimos con un abrazo
fraterno e inolvidable, no pensé que no volvería a verte más.
Durante el viaje quizás algo consternado y víctima de la pena les comenté
brevemente lo sucedido, a los chicos y después de decirme que fui un cojudo,
Zamora me dijo que había hecho lo correcto, aunque en ese momento no lo entendí
bien, ¿Cómo es que renunciar al amor era lo correcto? Teníamos apenas
veintitrés años, cuando regresé a la capital, tú ya habías partido, me senté
una y otra vez intentar escribirte en aquella libreta, pero no podía hasta que después
de un año y medio te escribí y tu respuesta llegó rápido, habías conocido a un
hombre en New Jersey, un arquitecto, te habías casado y tenías tres meses de
embarazo, me reprochaste por no haber escrito antes y me invitabas a ir cuando
quiera a conocer a tu esposo y a tu bebé, del cual me habías mandado una
preciosa foto.
Me alegré porque tus expresiones eran efusivas, sentía tu felicidad, esa
noche, en el norte me equivoqué y al leer tu correspondencia me quedaba aún más
claro, yo renuncie a ti y tú no tendrías problemas para volar; nos carteamos
unas cuantas veces más, te comenté como me iba de docente en el colegio fiscal Alfonso
Ugarte y como esos jóvenes me hacían recordar a nosotros, te conté que Zamora,
el Chino, el barbas (que ya no llevaba barba y que ya sabía usar cuchillos al
comer) estaban casados y trabajando, al igual que yo, en colegios fiscales, te conté
también que mis padres habían regresado a vivir a Ayacucho y que Marquito se
casaría dentro de dos meses con una abogada que sabe dios como le había
aceptado la propuesta y aunque tenía ganas de escribir que no te olvidaba sentí
que esta vez un recuerdo seria mucho más satisfactorio que hacer de tus
pensamientos una arboleda; moví un poco el papel de la libreta en la que te escribí
la última carta y ahí estaba, dentro del sobre de la carta que me mandaste, la
foto inmortalizada por la Yashica de tu hermano y revelada en papel fotográfico
AGFA – Brovira, suspiré y sonreí, no sabía porque me la habías remitido,
quizás era mi turno de conservarla, en fin… supongo que de ello se trata el
amor finalmente sin importar el contexto, de suspirar y sonreír. Me fije
tiernamente en la dedicatoria de ese joven que cual vaticinio dejo en sus
letras la plena inmortalidad.
Foto anónima
encontrada en Quilca.
Dedicatoria de la parte trasera de la fotografía:
Señorita Aurora:
Si el tiempo i la distancia, nos llegara separar. Acuérdese
Peregrino, que nunca la podrá olvidar.
Con todo cariño.
11/09/53
A mi abuela,
Isabel Ferrel Moreano.
Este artículo fue realizado por la estudiante de sociología Alexandra Yassira Vallejos Díaz.
Instagram: https://www.instagram.com/alexav_photo/?hl=es-la
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