La felicidad es paradójica[1], y
esto se debe al proceso por el que atravesamos para obtenerla, algunas formas
son naturales, como el producto de una buena risa a causa de un chiste, otras
ocurren de maneras no tan naturales, por medio de sustancias como el alcohol,
donde en un aparente estado de inhibición de la vergüenza, nos arrojamos a un
nirvana pasajero; como lo narra Hesse en Siddhartha[2]: «(…) huir del yo, es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve
narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida.»
Partiendo de esta frase, ¿se puede aceptar la
felicidad como el tónico revitalizante que consigue convertir las turbulencias
de la vida, en instantes menor parcos o por el contrario, podemos ver la
felicidad con un sentido más practico como lo plantea Aristóteles? Pues para el
gran griego, la felicidad corresponde a una parte del bien común, es como el
objetivo de todas las cosas; interpretándose como un objetivo más que una
emoción o un estadio de la alegría. Al menos así lo explica en los primeros 10
capítulos del libro 1 de la Moral, a Nicomaco.
No obstante, yendo por el camino más duro y
existencialista de la filosofía, puede que la felicidad como cualquier otro
sentimiento, caiga en el nihilismo propio de Nietzsche, donde nada importa, ya
que, para despertar, y alcanzar el nivel del Übermensch (El Superhombre) hay
que vencer todo lo que represente dominio del ser, esto incluye, también las
emociones. Descendiendo hacia Heidegger o Camus; para el primero, el ser no
tiene ningún fin que no sea la muerte.
Por su lado, Camus analiza la felicidad como algo que
no debe ser expresado libremente, porque la sociedad reprime ese momento con
preguntas acerca de la empatía por agentes externos a nosotros, agentes con los
que muchas veces ni siquiera somos cercanos; curiosamente, la mentalidad
occidental funciona así, ejemplo de ello es decir por ejemplo: tú estás feliz
pero qué hay con la gente en Siria que se está muriendo; no quiero decir que ante
la situación o el contexto, debamos ser indiferentes y no “preocuparnos” por el
mundo, y al final, puede que hayan sujetos más altruistas que otros, y que
estos estén en la búsqueda de la paz mundial, pero, realmente la felicidad es
tan pasajera que, tener en cuenta este tipo de cuestionamientos solo terminan arrojándonos
al sinsentido, porqué sin darnos cuenta, nos cuestionamos si debemos ser
felices realmente, comenzamos a juzgarnos, a ser menos empáticos con nosotros
mismos – y siguiendo con Camus – nos arrojamos a la derrota de vivir, pensamos
en el dolor no como catarsis, sino como karma por algo, que probablemente ni
siquiera merezcamos.
Finalmente, una de las cosas que sé gracias a los
cientos de vídeos en internet sobre el budismo, es la capacidad de desprenderse
del deseo, y en su lugar, agradecer por el momento, y es con ese criterio que
debemos tomar la felicidad, no pensar en cómo la obtuvimos o si la merecemos,
ni siquiera desear que el momento se repita, sino solo decir gracias.
[1]
El libro La felicidad
Paradójica de Gilles Lipovetsky, es un análisis a la tendencia
hiperconsumista de la sociedad, donde explica que el fenómeno del consumo ya no
solo se aplica a la adquisición de un producto, sino que también involucra a
las experiencias que los individuos puedan tener.
[2] Siddhartha de Herman Hesse cuenta las historias
del príncipe Gautama Siddhartha en su aventura por alcanzar la iluminación.
Como el sexo en una playa oscura.
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