Tenía apenas cuatro años cuando fui de visita a casa de unos tíos cercanos, pero a la vez lejanos para mi, mi abuela distraída en las conversaciones dejó que un miembro de la familia dejara que juegue conmigo a solas, subí las escaleras de madera con miedo, pues el pasillo se caracterizaba por su oscuridad, una vez en el cuarto a pesar de la cantidad de juguetes presentes en el espacio me planteó un juego y este era simple, un cambio de roles sencillo y familiar, yo sería la madre y este individuo el padre, al principio las tareas eran sencillas, yo tendría que reafirmar la idea que teníamos de ama de casa con empeño y entre risas de pronto me dijo con naturalidad: Tienes que bajarte el pantalón - en ese momento no entendía porqué, pero la significación de mi cuerpo no era que fuese mío si no que era de mi madre así que automáticamente conteste que con una negativa una indicando que mi madre se molestaría; al mismo tiempo, tenía tantas preguntas: ¿Por qué tenía que bajarme los pantalones sin haber terminado de ordenar la cocina?, ¿Por qué tenía que bajarme los pantalones si esa tarea no formaba parte del juego?, ¿Por qué tenía que bajarme los pantalones si cambiarnos de ropa no era necesario?; Además tenía frío y me gustaban esos pantalones, pero desde entonces esas preguntas y muchas otras no tendrían respuesta alguna, desde entonces mis rotundos "NO" se esfumaron en el aire, desde ese momento pasaría por un proceso de deconstrucción constante y pasaría de sujeto a objeto, sin embargo mi mente de niña no lo sabía, solo lo sabría años después.
Me habían criado para ser obediente y fue lo que hice: Obedecer, aunque lo que pensara mi madre estaba en juego esa voz natural se volvió de mando, una voz imperativa que sonaría en mi cabeza hasta el día de hoy, esta hizo que terminara bajándome los pantalones y me hizo aceptar una serie de eventos que terminaría con una niña de cuatro años mirando al techo vacío después de rogar que encendiera la luz mientras todo ocurría y mientras mi mente viajaba, haciendo un gran esfuerzo y con la intención de no mantener ningún recuerdo.
Con lágrimas de dolor pero con la conciencia vacía, la frustración de no entender que había sucedido y la normalidad con la que este individuo trataba la situación me hizo aún más vulnerable, aquello que había aprendido en mi primer grupo de socialización había jugado en mi contra y me confundiría eternamente, entrando en conflicto con lo que este individuo acababa de hacer, lo único que tenía en mente era la voz de mi abuela llamándome, recuerdo bajar las escaleras despacio, cogiéndome de la baranda más de lo común, respirando fuerte; esa niña de cuatro años que solía pintar y abrazar con frecuencia no lo haría nunca más, no jugaría más en los recesos, fallaría más de la cuenta y los efectos secundarios serían aún más atroces pero no lo sabía, los iría descubriendo poco a poco, desafortunadamente.
Este evento, o mejor dicho, este delito se repetiría de manera sistemática y constante por dos años más, dos años en diferentes contextos, cada vez más dolorosos física y emocionalmente y cada vez más normalizados por el agresor. Durante esos largos dos años, el silencio y la soledad serían buenas aliados para una niña que desde aquel momento le tendría miedo hasta a su propia sombra, una niña que a pesar de haber cambiado rotundamente nadie notaría aquella afección.
Sin embargo, la mente es curiosa y como el mar, los recuerdos se pierden pero llega un punto de inflexión en los que estos recuerdos llegan a la orilla de una playa, alguna playa… a veces nuestra playa favorita, es ahí cuando una violación se convierte en más que una violación, pues esa niña creció y aunque no subía más aquellas escaleras, diversas patologías, como la ansiedad, depresión, ataques de pánico, desórdenes alimenticios etc, la harían subirlas y bajarlas una y otra vez. Porque el delito no es solo la violación, se encuentra también en las consecuencias de esta que al no ser tratada bajo un sistema de salud eficiente desemboca en los peores maremotos que aquella hermosa playa.
La sociedad frente a estos delitos es contradictoria, nos topamos a diario con spots que te llaman a no quedarte callado, pero es el miedo el que hace que cada recuerdo se aloje en las cuerdas vocales, en el estómago, en la cabeza, en la espalda etc, haciendo metástasis y cuando después de haber decidido hablar porque para este tipo de dolor no hay morfina que lo calme, una recibe comentarios como "Te hubieras defendiendo" o "De eso no se habla".
Como si eso no fuese suficiente, hasta antes del 2018 las violaciones prescribían en el Perú después de 7 a 10 años hasta que la Ley 30838 de imprescriptibilidad de crímenes sexuales y trata de personas fue modificada ese mismo año, de igual forma, hoy en día las denuncias siguen siendo temas delicados, a pesar de que la nueva ley indica que quienes abusen sexualmente de personas adultas recibirán entre 14 y 20 años de prisión. La sanción oscilará entre los 20 y 26 años de cárcel cuando existan agravantes como el empleo de un arma de fuego, el abuso del cargo o profesión o si el agresor es policía, sacerdote o líder religioso y con respecto a la violación de menores de edad, la ley establece dos penas: entre 20 y 26 años de cárcel cuando el agresor tiene entre 14 y menos de 18 años y cadena perpetua cuando la víctima tiene menos de 14 años aun hay casos dentro del poder judicial en donde las sentencias pueden ser de apenas 7 o 10 años, mientras la víctima es sentenciada para toda la vida, pues tengamos en cuenta que esta información es de conocimiento publico pero aun no forma parte del imaginario de la gente y es seguro que la victima en lo ultimo que piensa es en el estado legal de su situación y muchas veces no es consciente de que aquel evento es un delito.
Denunciar es ponerle replay a esa película de horror de la que te obligaron a formar parte, te recomiendan no cambiarte de ropa, denunciar casi al instante, dar una declaración consistente porque por supuesto, no podemos divagar, las víctimas no podemos contradecirnos, pues le deja un ápice de inocencia al agresor y si la víctima tiene suerte aquella denuncia procederá con la condición de repetir los hechos una y otra vez en cada dependencia a donde llegue su caso.
Inevitablemente, aquellas violaciones que fueron antes del 2014, no son denunciables, ni condenables, pues las leyes no son retroactivas y no existe hasta el momento un sistema de seguimiento para estas ni mucho menos un sistema de asistencia psicológica o psiquiátrica, pues para el Perú las patologías mentales son cosas que no ocurren y ese psicólogo o psiquiatra clínico te preguntará cual entrevista entrevista de trabajo los pormenores de tu vida mientras tú solo esperas poder borrar y canalizar aquel crimen atroz, te diagnosticarán a ti, te medicaran a ti, te harán ver la misma película una y otra vez, eso si tu familia cree prudente tratarte, pues lidiar con la vergüenza al parecer, a veces es peor.
El individuo que agredió a esa niña de cuatro años sigue libre y lo seguirá estando pero esta niña, que ya no es una niña, tiene 22 y solo se daría cuenta a los 18 que aquel "evento" fue un delito, está condenada a vivir bajo la idea de injusticia constante y aunque creció educada para ser calma puede desembocar en el mar más violento, sin ayuda y nadando sin salir a respirar, con todos los efectos secundarios que en este país hasta el momento, son caros de tratar y más que ello están llenos de prejuicios y aunque intento denunciar el victimario no se presento, la denuncia no procedió y el proceso quedó en un parte policial, en un papel. Por último, al contar un hecho de violación nadie quiere ser llamada o llamado valiente, solo ha intentado sobrevivir, existir e insistir, pues no escogimos salir a la vida a luchar contra aquello que desconocíamos o aquello que NO provocamos.
A aquella niña de cuatro años.
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