En los últimos años, meses, semanas… hemos sido testigos de fenómenos que aunque no eran novedades en el imaginario peruano, tales como: Partidos políticos flotantes, actos de corrupcion que nos coloco en el mapa (ni nuestra cuarta maravilla del mundo nos había hecho tan populares entre los países latinoamericanos, rescatable), movimientos sociales que terminaron con la vida de una juventud con voz y hoy solo queda la incertidumbre constante del ¿Qué sigue ahora?, ¿La izquierda estará condenada a dividirse?, ¿Los intereses personales consumirán a los personajes favoritos de los noticieros hasta que el poder mediático se haga la homilia y nuestra histeria llena muchas veces de desinformación y desesperación nos lleven al ápice del individualismo, del recelo y la desconfianza?, ¿Seguirá de moda el “terruqueo”? (¿Con todo y hashtag?); así suene apocalíptico o no, lo único certero que tenemos es ello, la incertidumbre constante, casi casi ya un factor de cohesión social; el nacionalismo momentáneo y lastimero, las brechas sociales que intentamos deshacer de inmediato porque nuestros 200 años de República no fueron suficientes sin querer ya cambio nuestro semblante.
Por ello, el dilema primordial del preámbulo mencionado es qué hay una constante y no es un secreto, nuestras instituciones sociales están corroídas por dentro (ya saben, el salitre de nuestro hermoso litoral), la justicia nos falla una y otra vez y es ahí donde empezamos a sentir la desesperación inconsciente de salir, esa indignación inevitable; históricamente hemos pasado por casi todas las etapas de niveles de interacción de la justicia, la hemos enfrentado, la hemos ignorado y en contexto de la imposibilidad, hemos rogado por ella.
Ya sea por ese acto de corrupcion que ni todos los personajes del sodalicio pudieran tapar con sus sotanas o por la necesidad de hacer de una vez que nuestros derechos sean discutidos en el pleno y no si el agua ardiente debe ser la bebida nacional en lugar del Pisco; tenemos razones para salir a las calles, de ello no hay duda, pues el cambio comienza reconociendo la problemática, siguiendo con la toma de decisiones y acciones organizadas de manera popular, pero recaemos, el sistema judicial nos falla, miramos hacia atrás y aunque hemos ganado mucho, también hemos perdido lo suficiente como para otorgarle una duda intrínseca al sistema y es ahí en donde decidimos y nos empuja a ir más allá.
La transgresión en respuesta de la borrachera de nuestro sistema judicial, borrachera de la cual nosotros vivimos la resaca y lo que nos queda es ello, transgredir mutuamente los derechos de otro individuo, teniendo en cuenta el hecho de haber interiorizado la violencia, el no reconocimiento del otro e incluso nuestro propio reconocimiento desde la introspección para llegar a alcanzar algún premio consuelo de la justicia peruana cosa que sucede, después de los notables actos de injusticia irreparables que ya hemos experimentado.
Hoy partiendo de lo ya mencionado: la división política y social, las brechas sociales, la incertidumbre constante, el periodismo (¿Periodismo?) y el pánico escénico que suele ser resultado de la incomprensión, han normalizado la transgresión de la integridad del otro, considerando que como peruanos tenemos casi por herencia el no reconocimiento de los derechos del otro, hoy salimos ha transgredir las normas porque el sistema judicial nos educo para ello, porque el “No procede” es un patrón normalizado; hoy salimos a transgredir por una idea colectiva a enfrentarnos con nuestros grandes adversarios, otros peruanos y em este punto no importa si lo aprendimos, lo revivimos o ya forma parte de nuestro concepto de nación, hoy las dicotomías entre idiosincrasias y entre clases sociales nos corroen, pues se desmorona el concepto de nación (si es que alguna vez lo tuvimos verdaderamente en pie), porque llegamos a un punto en el que sin la transgresión no hay justicia, sin la violencia somos mudos y sin la perdida la justicia es ciega.
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