Al
momento de ver una película, exploras una nueva realidad. Puedes seguir de
cerca una situación amorosa, un hecho importante en el devenir de la historia,
un misterio que aún no es resuelto; en otras palabras, una gran variedad de películas
con una gran diversidad de temas. Pero son muy pocas de esas películas con un
gran valor estético. Una situación donde nos olvidemos por un momento de esta vida terrenal
para enfocarnos en la contemplación de ese nuevo mundo que has creado al momento de ver esa película especial. Una de ellas se llama El
festín de Babette. Esta obra maestra, aclamada por la crítica, ganó diversos
premios alrededor del mundo, en especial el Óscar a mejor película extranjera
en el año 1987.
Portada de la película FUENTE: Filmaffinity |
La trama se desarrolla con la llegada de Babette, una criada
francesa que había huido de su país natal por la crisis social y represiva que
había en ese momento, al pueblo de Jutlandia (Dinamarca). Los habitantes de
este pueblo tienen una existencia arraigada al atavismo de la religión
calvinista donde tratan de vivir una vida austera, alejados del placer y gozo
que hay en la vida. Babette trabajó por un largo tiempo para dos hermanas:
Filipa y Martina. La historia de estas dos ancianas es sinónimo de los
principios establecidos por el calvinismo. Ambas se alejaron del romance para
vivir sus vidas de soltería hacia la dedicación a Dios y a la preparación de
banquete para su pueblo. Babette aprendió a cocinar como lo hacían las 2
ancianas sin agregar demasiados ingredientes. Después de mucho tiempo, Babette
ganó la lotería. En vez de comprarse los diversos lujos que hubiese querido o
regresar a su natal Francia, decidió gastarlo en un banquete para el pueblo y
para el general Lorens (antiguo amor de Martina). Cuando Babette y su
sobrino empezaron a recoger los ingredientes para el ágape, todo el pueblo
(incluidas las ancianas) miraban estupefactos lo que iban a comer. Esto generó un
cierto pavor y rechazo en cada uno por el disfrute de este manjar “pagano”.
Reunidos en la mesa, cada uno de las personas invitadas empezaron a comer. El
cambio es significante y conmovedor. De la desconfianza a la exultación. El
disfrute del festín, el goce de comer algo delicioso para la efervescencia y
emoción de todos tus sentidos, el saboreo de un buen vino. Diversas emociones
que no se pueden explicar con palabras, solo ver esas miradas de emoción de
cada comensal para establecer y reflexionar esa conexión que sientes cuando
amas la vida. La sensación de unirte a tu yo espiritual y ser alguien que puede
trascender las barreras o adversidades. Después de haber finalizado el banquete, todo el pueblo se reúne bajo la fogata. Agarrados de las manos, celebran y cantan a Dios por todo lo creado y lo maravilloso que es estar en esta
vida. La presencia de la fraternidad aún persiste a pesar de esas discusiones que podemos tener en algún momento.
Ahora
bien, en un análisis sociológico de esta película se ve la importancia e
influencia del sociólogo berlinés Georg Simmel en sus escritos sobre la
sociología de los sentidos y de la comida. Simmel señala que el acto de comer y
beber es lo peculiar y consuetudinario en las personas; por ende, es una acción
limitada y egoísta. Pero este rasgo fisiológico e individual puede traspasar la
barrera de lo exclusivamente biológico para adentrarse a la esencia humana de
lo sociable, donde se puede producir un valor estético en la acción más nimia y
egoísta. Del solo acto de comer se convierte en un conjunto de reglas y
costumbres donde cada comensal tiene que cumplirlos. Un claro ejemplo, el comer
con cuchillo y tenedor, donde tu comida es servida en un plato. Entonces, se
convierte en un acto social. Ya no como de una manera individual solo para
satisfacer mis necesidades fisiológicas, ahora me siento en una mesa para comer
con otras personas en un conjunto de modales que nos regula. El estar-unidos en
una mesa puede entablar un conjunto de las relaciones sociales. De ahí Simmel
señala la importancia del uso de nuestros sentidos en nuestra conciencia
social, con el accionar diario de cada uno de nosotros (en especial en
Occidente). Cuando uno mira a otra persona, aprehendo su realidad y devenir
histórico. Comprendo su individualidad y la sucesión de su vida. En la película mencionada, cuando todos
estaban reunidos en la mesa, Martina y el general Lorens no se dejaban de ver.
Producto del disfrute de la comida, las sensaciones se dispersan. Se despiertan
esos sentimientos anhelados. El beso de dos ancianos con pasión lo demuestra. Esa remembranza de un amor frustrado se
convierte en esperanza. Al final del banquete, Lorens le dice a Marina estas
palabras: “He pasado todos los días de mi vida, contigo, dime que lo sabias.
También estaré contigo día y noche, de ahora en adelante igual que antes. Cada
noche; cenaré en tu mesa, no con mi cuerpo que importa poco, sino con mi alma.
Soy tu eterno amante y amigo. He aprendido que en este universo, Dios es el
mundo y todo es posible”. El goce y la exploración de los sentidos terminaron
en la proyección espiritual en la futura cena de dos amantes que dejaron de ser
temporales. Hay que agregar que para Simmel el tiempo es solo uno. El pasado,
presente y futuro son solo etiquetas que ponemos por seguir un sendero
mecanicista. Yo no soy solo mi presente, sino que soy mi pasado y seré mi
futuro, establecido en una fluida linealidad.
Para
finalizar, hay que señalar la importancia de la creatividad. En una de las
bellas escenas de esta película, Babette habla con Filipa y Martina después del
banquete. Las dos ancianas quieren saber la razón del gesto solidario de
Babette y si esta arrepentida debido a que gastó toda su fortuna en ello. Babette responde: “Un artista nunca es
pobre”. Filipa, asombrada, le dice: “No puedes pensar que todo ha terminado. La
providencia no lo permitirá. En el paraíso, tú serás la gran artista que Dios
tenía pensado que fueras. ¡Cuánto vas a deleitar a los ángeles!”. Ese genio
creativo que nunca desaparecerá en nosotros porque Babette no solo cocinaba,
sino hacia arte.
Escena final de la película
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