Anarquía, la fuerza de la naturaleza


Actualmente el país asume un nuevo problema, en medio del caos ya causado por una pandemia que pese a haber frenado el número de contagios, no ha dejado nuestras vidas, en medio de una crisis económica como resultado del cese de actividades, el problema aparece en el medio político, ya hace un tiempo, se hablada de una vacancia para Martín Vizcarra, vimos a un congreso hostil, dirigido por un ser hambriento e infantil que buscaría las mínimas razones para conseguir su cometido, sin embargo, no advertimos que lo intentaría nuevamente; ante una presente desilusión por la política por parte de la población, solo faltaba un fosforo para encender la mecha de una dinamita llamada indignación, aunque indignación sea tal vez, una palabra ligera que no resuma tan bien lo que la mayoría del país sienta. Es así que inmediatamente anunciada la vacancia, el pueblo no tardó mucho en expresar su sentir, la cólera no es por la salida de un sujeto, sino lo que se hace con la institución. El falso poder otorgado a sí mismo de Merino, ha convocado a manifestaciones no solo en Lima - como era habitual ante casos de similar situación – sino que varias ciudades en el resto del país se levantan a una sola voz. La exigencia del cambio cantada en las miles de voces marchantes, es la representación de algo existente pero pocas veces sentido por la mayoría de seres humanos, el sentido de ir en contra del gobierno, de rechazar la autoridad de gente que no están en condiciones de representar a todo un país, a esta fuerza, que en lo caótico aparece de manera romántica por la lucha de quienes buscan un mañana mejor, una fuerza llamada anarquía; a pesar de haber aceptado varios términos antes estigmatizados como llamarse socialistas, llamarse anarquista parece que fuera un sinónimo de terrorista, cuando en realidad es el camino necesario muchas veces para terminar con la bestialidad de los políticos siempre insaciables.


Renunciar a esta fuerza natural, es rechazar nuestros instintos como seres humanos, y esto realmente es inútil, porque el único poder, las únicas reglas que no se pueden rechazar son las de la naturaleza. Porque como ocurre en ella, para regenerarse del daño, primero debe destruirse, como ejemplo consideremos una lagartija, la cual se automutila cuando está en peligro únicamente para evitarlo y salvar su vida. Pensamos muchas veces que la mesura es la conducta adecuada, porque nos diferenciamos del resto de animales, solo por el hecho de hablar, pero francamente, para hallar el camino correcto en el cual creamos nuevamente en la política, donde hallemos realmente una representación en el gobierno, debemos atravesar por el sendero del anarquismo, que, muy lamentablemente, sigue siendo entendido como la mera destrucción de las cosas, ergo nadie escarba en las cosas ajenas a lo habitual, a lo estándar.


En nuestras manos y nuestras voces, tenemos las armas para sacar del camino a seres impresentables, personajes que blasfeman instituciones construidas para el bien común, organismos que se suponen, se levantan sobre la voz de la multitud.


Y si la democracia, o lo que se cree de ella en el país, debe mutilarse con anarquía y también por ella regenerarse para conseguir realmente un Perú democrático, hagámoslo. Al fin y al cabo, solo estamos respetando nuestro instinto natural, tal como se ordena el universo, tal como se arregla la naturaleza, sin caos, no hay paz.



Anarquía, la fuerza de la naturaleza
Fotografía tomada por Sebastián Quiroz García


Bibliografía

Bakunin, M. (2014). Dios y el estado. La Plata: Utopía libertaria.

Nietszche, F. (1885). Así habló Zaratustra. Madrid: Edimat Libros S.A.

 

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